Cada vez que me acuerdo de lo que pasó aquel día me troncho de risa. Estábamos en el monte cuando de pronto vimos un cordero muerto con las tripas abiertas, y todos nos pusimos alrededor de él y metimos las narices en las tripas.¡Qué tufo había! Entonces el más tonto de nosotros metió la mano en las tripas y cogió el higado. Despues lo dejó y nos fuimos de aquel sitio tan apestoso.
Nunca me olvidaré de ese día.
Joel
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